Cómo han sido estos tres años viviendo en el campo
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Volver a vivir al campo después de años en la ciudad ha sido una experiencia transformadora. 🌾
Esta vez, la vida rural se siente distinta, más conectada y a la vez más consciente.
Antes, cuando vivía aquí de pequeña, no había internet ni buena señal, y los cortes de luz eran cosa de todos los días. Ahora hay conexión estable y aunque de vez en cuando nos quedamos sin electricidad por uno o dos días, la diferencia con aquellos años es enorme. La vida en el campo ya no se siente tan aislada como antes, pero sigue teniendo su propio ritmo.
Un ritmo diferente
Aquí los días empiezan temprano —antes de las seis ya hay movimiento— y también terminan temprano. El reloj se sincroniza con la luz del sol y el canto de los pájaros. La tranquilidad es el paisaje cotidiano. No hay ruido de carros, ni sirenas, ni tráfico. Solo el viento, los árboles y los sonidos que uno mismo hace.
La rutina se ha vuelto más lenta, más consciente. Nos acompaña la naturaleza en cada gesto: cocinar, trabajar, caminar o simplemente observar cómo cambia la luz durante el día.
Una vida más sostenible (sin proponérselo tanto)
Nuestra alimentación basada en plantas y el deseo de cuidar el entorno encajaron de forma natural en este entorno. No fue un cambio planeado, fue más bien una evolución.
En el campo la sostenibilidad se vive sin tanto discurso. Nada se desperdicia, se reutiliza todo lo posible, y las decisiones diarias —qué comemos, cómo trabajamos, qué compramos— se toman con más conciencia. Es bonito darse cuenta de que la sostenibilidad te transforma, incluso cuando no lo notas.
Lo que se gana (y lo que se extraña)
No te voy a mentir: hay cosas que se extrañan y la verdad es que no todo ha sido fácil. Encontrar una comunidad que resuene con nuestros intereses ha sido un desafío. Aquí la vida es más simple, pero también más solitaria. Extrañamos a los amigos, los restaurantes, el cine, las opciones de entretenimiento que en la ciudad estaban a la vuelta de la esquina.
También se extraña la facilidad para hacer trámites, o la rapidez con la que se accede a servicios especializados de salud. Esas son cosas que solo se valoran cuando ya no se tienen tan a la mano.
Más espacio, más libertad
Pero hay mucho que compensa: la privacidad, el silencio, la posibilidad de hacer ruido sin incomodar a nadie. Podemos poner música a todo volumen, usar herramientas de carpintería o jardinería, y disfrutar de tener un espacio amplio donde cada quien puede ser y crear a su ritmo.
Y sí, estamos más morenitos —al menos los brazos y el cuello, jajaja—, pero felices. El sol, el aire limpio y la vida al aire libre también se sienten en la piel.
Volver al campo no es retroceder
Es reconectar.
Es vivir con menos prisa, más propósito y más espacio para respirar.
Vivir en el campo no solo cambia tu entorno: te cambia a ti.
Te enseña a tener paciencia, a observar, a valorar lo esencial.
A veces creo que uno no elige volver al campo, sino que el campo te llama cuando estás listo para escucharlo.