
Desafío social: Mi experiencia con la comida vegetal
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La verdadera prueba de adoptar una alimentación basada en plantas no está en el plato, sino en las reacciones de quienes nos rodean.
El cambio silencioso: nuestra transición a una alimentación sin carne
Cuando dejamos de comer carne, lo hicimos sin muchas vueltas. Fue en plena pandemia, en medio de ese momento de pausa que nos llevó a repensar muchas cosas de la vida. El cambio fue gradual, sin dramas, y sobre todo sin presiones externas. Simplemente dejamos de incluir proteína animal en nuestras comidas, y nos dimos cuenta de algo sorprendente: no la extrañábamos.
Los beneficios llegaron pronto. Nos sentimos más livianos, con más energía. Todo fluía de manera natural. La digestión mejoró, el sueño se hizo más reparador, y descubrimos una variedad de sabores que antes pasábamos por alto.
Tampoco lo anunciamos al mundo. No hicimos grandes publicaciones en redes sociales ni promesas eternas sobre nuestro nuevo estilo de vida. Solo seguimos comiendo distinto, en silencio y con convicción personal.
Y como durante mucho tiempo no compartimos mesa con otras personas debido a las restricciones sanitarias, no nos dimos cuenta de lo que vendría después.
La sorpresa no estaba en el plato, sino alrededor de él
Cuando volvieron las visitas, los reencuentros con amigos, las reuniones familiares y las invitaciones a comer en casa, empezamos a notar algo que sabíamos que iba a pasar: cierta resistencia, incomodidad, o incluso rechazo hacia nuestra forma de alimentarnos.
Los prejuicios sobre la comida vegetal
Ahora que vivimos en el campo, nos hemos dado cuenta de que algunos amigos prefieren no venir a nuestra casa porque piensan que aquí solo les vamos a ofrecer lechuga. Como si no existiera una infinidad de sabores, texturas y combinaciones posibles en el mundo vegetal. Nos causa algo de gracia, pero también nos entristece.
Lejos de querer imponer algo, lo que más nos emociona es recibir con amor, compartir lo que preparamos con cuidado y ofrecer alimentos que, además de deliciosos, sean nutritivos.
La historia también tiene su lado lindo
Con el tiempo, nuestra familia aquí en el pueblo nos incluye. Cuando nos invitan a las reuniones familiares, nos tienen en cuenta y preparan opciones que podemos disfrutar junto a ellos y/o nosotros llevamos algo preparado de la casa y ya no somos los "raros" de la mesa, sino parte de ella. Comemos nuestras opciones vegetales con nuestra familia en la misma mesa, con amor, y eso nos llena el corazón.
Y algo que nos emociona profundamente es cuando algunos amigos vienen de la ciudad a quedarse con nosotros y nos dicen: "Durante estos días queremos comer igual que ustedes". Esa apertura, esa curiosidad genuina por probar algo diferente, nos hace inmensamente felices.
No se trata de evangelizar sobre alimentación vegana
No les cuento esto para convencer a nadie de adoptar una dieta basada en plantas. No creo que haya una única manera correcta de vivir ni de alimentarse. Cada persona tiene su proceso, sus circunstancias y sus decisiones.
Solo quería compartir algo que siento profundamente: que a veces, cuando decides comer de manera diferente, lo más desafiante no es cambiar el menú o encontrar recetas vegetarianas sabrosas, sino navegar las reacciones sociales de los demás.
Creando espacios de inclusión alimentaria
En nuestra casa no hay juicios ni exigencias sobre lo que cada quien decide comer. Solo hay ganas genuinas de atender con amor. De invitar a la mesa sin hacerle daño a nadie. De demostrar que se puede comer rico, variado y lleno de sabor, sin que eso represente un sacrificio o una limitación.
Hemos aprendido a preparar platos que satisfagan a todos: desde hamburguesas de lentejas que sorprenden por su sabor y que pueden competir con cualquier versión tradicional.
Abriendo conversaciones, no cerrando puertas
Mi objetivo al compartirte esta experiencia es abrir la puerta a una conversación diferente sobre alimentación y relaciones sociales. Una donde todos podamos sentarnos juntos, compartir, disfrutar y sentirnos bienvenidos, sin importar lo que tengamos (o no tengamos) en el plato.
Porque al final del día, la mesa siempre debería ser un lugar de encuentro, no de división. Un espacio donde el amor se manifiesta a través de la comida que preparamos y compartimos, independientemente de si incluye ingredientes de origen animal o no.